El sangriento anacronismo guerrillero
Con ocasión de cumplirse 47 años de su creación como grupo armado ilegal, el Eln lanzó ayer una proclama que muestra no sólo el injustificable anacronismo argumental que intenta reivindicar su acción armada, sino el absoluto desconocimiento de la realidad actual del país y una sospechosa falta de referencia a su mayor fuente de recursos: el narcotráfico.
Fundado en 1964 por líderes campesinos y estudiantiles en la zona rural del municipio de San Vicente de Chucurí (Santander), el Eln pregonó durante mucho tiempo el razonamiento de la izquierda ortodoxa, disciplinada, moralista y dura, siguiendo la misma estrategia foquista que empezaba a ensayar el guerrillero argentino Ernesto Che Guevara y que terminaría al ser fusilado en Bolivia en 1967.
En el período final de la década de los 60, tanto la guerrilla del Che como el Eln de Fabio Vásquez Castaño se lanzaron a una locura armada, convencidos de tener el respaldo popular porque decían luchar por la justicia social, por la igualdad económica, el respeto a los derechos humanos y la inclusión política.
El fracaso del Che fue estruendoso, a pesar de que en esa época, en Bolivia y otros países de América Latina gobernaban dictaduras militares represivas y violentas.
Pero también el Eln fracasó, al principio por la misma razón del descalabro de Guevara: la confianza en el apoyo del pueblo.
Sólo que el fracaso del Eln tiene un efecto más profundo, porque ya la historia contemporánea demostró que el icono de las revoluciones guerrilleras triunfantes, que es Cuba, no sólo ha sido incapaz de crear igualdad de oportunidades de vivir dignamente para todos, sino que está haciendo lo que tanto condenaban como insurgentes (y sigue todavía condenando el Eln): la explotación económica, la exclusión política, la pauperización social, la enajenación cultural, la censura de prensa, la represión militar y la dependencia externa.
Tan obsoletas y esquemáticas motivaciones para justificar la continuación de la “lucha armada” no resisten la menor discusión dialéctica, empezando porque lo que sostiene tanto al Eln como a las Farc es el uso de las más aberrantes estrategias, como el secuestro, la extorsión, la violencia implacable contra indefensos municipios pobres y apartados, y la convivencia con el narcotráfico en calidad de socios.
En su más reciente comunicado, el Eln ni siquiera está interesado de mostrar algo de creatividad, pues se limita a reproducir un párrafo sacado de uno de los primeros manifiestos grandilocuentes del padre Camilo Torres: “La rebelión, la insurgencia y la subversión de todo ese estado catastrófico, no sólo es una necesidad, sino una obligación”.
Los ataques a mansalva, cobardes y crueles, a soldados humildes de nuestros país, a campesinos indefensos, que son las únicas acciones que pueden ejecutar a estas alturas las Farc y el Eln, amparados por las sombras, sólo corroboran que actualmente no son más que dos bandas terroristas con métodos criminales y muy lejos de los postulados de la moral guerrillera que tanto pregonaron.
El único acto heroico, revolucionario y verdaderamente humano que podrían realizar ambas guerrillas es desmovilizarse, entregar las armas y, desde la legitimidad de la democracia, impulsar los cambios que tanto les gusta pregonar.
Fundado en 1964 por líderes campesinos y estudiantiles en la zona rural del municipio de San Vicente de Chucurí (Santander), el Eln pregonó durante mucho tiempo el razonamiento de la izquierda ortodoxa, disciplinada, moralista y dura, siguiendo la misma estrategia foquista que empezaba a ensayar el guerrillero argentino Ernesto Che Guevara y que terminaría al ser fusilado en Bolivia en 1967.
En el período final de la década de los 60, tanto la guerrilla del Che como el Eln de Fabio Vásquez Castaño se lanzaron a una locura armada, convencidos de tener el respaldo popular porque decían luchar por la justicia social, por la igualdad económica, el respeto a los derechos humanos y la inclusión política.
El fracaso del Che fue estruendoso, a pesar de que en esa época, en Bolivia y otros países de América Latina gobernaban dictaduras militares represivas y violentas.
Pero también el Eln fracasó, al principio por la misma razón del descalabro de Guevara: la confianza en el apoyo del pueblo.
Sólo que el fracaso del Eln tiene un efecto más profundo, porque ya la historia contemporánea demostró que el icono de las revoluciones guerrilleras triunfantes, que es Cuba, no sólo ha sido incapaz de crear igualdad de oportunidades de vivir dignamente para todos, sino que está haciendo lo que tanto condenaban como insurgentes (y sigue todavía condenando el Eln): la explotación económica, la exclusión política, la pauperización social, la enajenación cultural, la censura de prensa, la represión militar y la dependencia externa.
Tan obsoletas y esquemáticas motivaciones para justificar la continuación de la “lucha armada” no resisten la menor discusión dialéctica, empezando porque lo que sostiene tanto al Eln como a las Farc es el uso de las más aberrantes estrategias, como el secuestro, la extorsión, la violencia implacable contra indefensos municipios pobres y apartados, y la convivencia con el narcotráfico en calidad de socios.
En su más reciente comunicado, el Eln ni siquiera está interesado de mostrar algo de creatividad, pues se limita a reproducir un párrafo sacado de uno de los primeros manifiestos grandilocuentes del padre Camilo Torres: “La rebelión, la insurgencia y la subversión de todo ese estado catastrófico, no sólo es una necesidad, sino una obligación”.
Los ataques a mansalva, cobardes y crueles, a soldados humildes de nuestros país, a campesinos indefensos, que son las únicas acciones que pueden ejecutar a estas alturas las Farc y el Eln, amparados por las sombras, sólo corroboran que actualmente no son más que dos bandas terroristas con métodos criminales y muy lejos de los postulados de la moral guerrillera que tanto pregonaron.
El único acto heroico, revolucionario y verdaderamente humano que podrían realizar ambas guerrillas es desmovilizarse, entregar las armas y, desde la legitimidad de la democracia, impulsar los cambios que tanto les gusta pregonar.
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